Para Zelzin.
I
Faltaba poco para que se cumpliera un año de la desaparición de Zelzin.
Una vez más, una brigada se dedicaba a colocar panfletos en los postes de luz
con su fotografía en blanco y negro, una descripción de la joven, el último día
que se le vio, y la ropa que traía puesta. Más abajo había tres diferentes
números telefónicos a los cuales llamar si se tenía alguna información.
La madre de Zelzin colocó la nueva copia de la fotografía sobre una
vieja a la que ya no era legible la información. Una lagrima rodó por su
mejilla; no hay nada más intenso que el amor de una madre, ni desesperación más
horrible que la falta de un hijo. El hermano de Zelzin vio a su madre desde la
otra calle, corrió a su lado y la rodeó con sus brazos. Un rayo iluminó de
blanco el cielo plomizo, un trueno le siguió y comenzó a llover.
-Ya no puedo. –dijo entre sollozos la madre.
La esperanza es lo último que muere, decían. Pero tras un año sin
obtener resultados, con el miedo a flor de piel, sin indicios que la llevaran
al paradero de su hija. Solo le quedaba una pizca de esperanza. Nadie podía
regresarle el ánimo que tanto la caracterizaba; era como un muerto que salía a
trabajar y regresaba a casa. A veces, cuando estaba sola, entraba a la
habitación de Zelzin solo para sentir de nuevo un hueco en el estómago, el
aroma de su hija también se había ido con el tiempo. La habitación llena de
polvo seguía esperando a su ocupante.
Dejó los brazos de su hijo, se secó las lágrimas y regresó a casa con su
hijo.
II
En aquel lugar de sombras y pesadillas el tiempo no existe, de hecho,
jamás existió ni existirá. Nadie podía conocerlo del todo, tiende a cambiar
dependiendo de quién esté dentro; la luz del sol es rechazada totalmente, es un
lugar lejano, lejos, muy lejos, de nuestra realidad.
Zelzin no se percató cuándo entró a ese limbo de pesadillas. Sus últimos
recuerdos coherentes tenían que ver con un libro, números, y un parque.
Se encontraba sentada en un quiosco en un parque llamado La Hoja, frente
a ella tenía su libro de matemáticas; estudiaba lejos de las distracciones del
mundo moderno, ahí dentro del parque no llega el ruido de los autos, ni el
disturbio del suburbio, a sus oídos llegaban los cantos de los pájaros, una
ardilla pasó corriendo detrás de ella, sin embargo, una no reparó en la
presencia de la otra. Pasó la página.
No sabía cuánto tiempo llevaba estudiando ahí dentro, el tiempo parecía
ir más rápido cuando lo ocupas en cosas productivas. Cerró el libro un momento
y revisó la hora. Fue en ese instante que sintió un oscuro cosquilleo en la
nuca, su corazón latió más deprisa, y sintió en todo su cuerpo la inconfundible
sensación del miedo.
Alguien la miraba, estaba segura que era eso. Se peinó los cabellos de
la nuca que se le habían erizado, y miró en todas direcciones en busca de
alguien, pero se encontraba totalmente sola. Continuó su lectura, sin embargo,
la sensación de ser observada no terminaba; era como si alguien desde la
lejanía estudiara con curiosidad cada uno de sus movimientos, perseveró en su
lectura, pero su mente comenzó a divagar, una alerta de peligro le advertía que
se marchase lo más pronto y rápido posible. Haciendo caso de su instinto,
recogió su libro y su libreta guardándolos en su mochila, y se dispuso a
marcharse.
El sendero se encontraba en total soledad, casi todo el tiempo estaba
igual, salvo por las mañanas que el parque era frecuentado por deportistas. La
salida estaba cerca, poco a poco el acogedor ruido del suburbio la fue
recibiendo conforme se acercaba a la salida; caminó por el sendero con la vista
fija al frente, temía voltear y dar por advertido a la amenaza de la que
escapaba. El miedo comenzó a invadirla en sobre manera, sus pasos eran rápidos,
casi trotaba.
Allá estaba la reja de la salida, y, cuando más cerca se la sintió, más
alejada del peligro, decidió voltear la mirada y conocer a su agresor. Entre
los árboles vio escabullirse una silueta negra, alta, delgada, sus brazos eran
largos que casi arrastraban por el suelo y se escabullía encorvado hacía
enfrente; Zelzin casi suelta un grito de horror al ver el único ojo de la
sombra, justo en medio de la cabeza de este. Casi tropieza con sus propios pies
al echarse a correr a la salida, olvidó por completo su mochila, así que la
dejo caer al suelo; un instante de confusión le siguió. Se detuvo en seco, el
sol que brilla alto en el cielo, caía a gran velocidad, dejando tras de sí una
estela de luz cual cometa; el cielo se tornó anaranjado y violeta igual que un
crepúsculo, y siguió la oscuridad. El firmamento se llenó de estrellas de
constelaciones vistas pocas veces por los hombres, y quienes las vieron no
vivieron para contarlo ni para darles nombre. Inmersa en la oscuridad, confundida,
dudando de su cordura, volteó a ver de nuevo al extraño ser que se escondía
detrás de los árboles, pero ni la silueta, ni la sensación de ser observada,
estaban presentes.
III
El parque seguía siendo el mismo, el mismo sendero, los mismos árboles,
casi todo era idéntico. Afuera la oscuridad dominaba, donde antes había una
importante avenida que abría camino a innumerables transeúntes, ya no estaba;
en su lugar quedó un vacío extraño e incómodo. Zelzin se sujetó de los barrotes
y miró a través de ellos y se encontró cara a cara con la oscuridad, el vacío
de las estrellas. Como si se tratara de una sola isla, una pequeña piedra
vagando a la deriva del cosmos.
No se lo creía, debía de haberse quedado dormida, esa era la explicación
más lógica y razonable que daba sentido a todo aquello. Al cabo de un tiempo
despertaría, de eso estaba segura, así que solo le quedaba continuar soñando.
Regresó sobre sus pasos, le sorprendió lo tranquila que de pronto se
sentía, ya no se sentía en peligro, ni observada. De lejos le llegó el ulular
de unos búhos, criaturas hermosas incluso durante la noche y a la mitad de un
bosque. Zelzin siempre fue amante de los lugares melancólicos y oscuros como
ese. Continuó su recorrido, incluso la mochila ya no estaba en el suelo.
Sobre el horizonte comenzó a salir la luna; está era grande y
amarillenta, dejando de ser hermosa llegando a su cenit, ahora parecía una luna
enferma y corrompida. Escuchó de nuevo a los búhos. La luz de la luna era
escaza, Zelzin sacó su celular de la bolsa de su pantalón, revisó la hora,
faltaban diez minutos para la media noche, cuando apenas unos minutos antes
apenas serían las seis de la tarde, no tenía señal y encendió la lámpara, de
pronto se sintió encerrada en una película o un videojuego de terror.
Caminó entre los milenarios árboles, esperando a despertar de una vez,
al parecer su pesadilla pasó a ser un sueño normal, le pareció escuchar música
a lo lejos; una música divertida y llamativa, entre las ramas de los árboles se
escabullían destellos de luces bailarinas, también percibió olor a comida;
palomitas de maíz, hot-dogs, hamburguesas, banderillas. Y sobre todo eso
escuchó risas, muchas risas, de niños y de adultos. Sintió, por alguna razón,
que estaba a salvo.
Corrió esquivando las ramas, las luces enfrente de ella se hacían más
grandes; eran series de focos amarillos, anaranjados y rojos; entrelazados
sobre los puestos de comida que rodeaban en círculo una enorme carpa de circo
amarilla con franjas anaranjadas. De esta última provenían las risas. Sintió un
nuevo escalofrió al ver que las personas que deberían de estar comprando y
dirigiéndose a la entrada de la carpa, eran en realidad maniquíes totalmente
blancos, tanto del cabello como de la ropa y zapatos. Eran estatuas congeladas
en el tiempo y espacio, niños riendo, padres con expresiones felices, pero
todos ellos eran una simulación. Una nueva ola de carcajadas brotó de la carpa.
Ahí debe de haber personas, pensó, a pesar de la extraña decoración de
afuera.
Incluso parecía que se le había olvidado todo lo extraño de la
situación. Dirigió sus pasos a la entrada del circo, escuchaba murmullos y
pequeñas risas, caminó entre los tenebrosos maniquíes; a pesar de que estaban
inmóviles parecían esperar el momento indicado para moverse y atacarla.
Escaleras con alfombra roja descendían al escenario; las butacas estaban
llenas de maniquíes divertidos, la música sonaba fuerte, era la típica música
de un circo. En el escenario estaba un payaso sobre un monociclo haciendo
malabares con cuatro pelotas de colores al mismo tiempo, le daba la espalda a
Zelzin, mientras que los maniquíes reían nuevamente. Comenzó a sentir de nuevo
la sensación de estar en peligro, el payaso era el único en todo el circo que
se movía, su ropa era de color, su cabello amarillo, su monociclo negro, su
sombrero anaranjado con una flor rosa coronándolo. Alguien detrás de ella la
empujó por el hombro, volteó la mirada asustada y alerta, ahogo un grito en su
garganta al ver que se trataba del maniquí de una madre que llevaba de la mano
a un niño, en su rostro tenía una mueca de disgusto. Zelzin retrocedió sobre
sus pasos, a la salida de la carpa, cuando la música se detuvo, de nuevo sintió
la extraña sensación de ser observada, el silencio se volvió incómodo, cuatro ruidos
huecos le hicieron voltear la cabeza. Las pelotas habían caído al suelo, todos
los maniquíes, los sentados y los que estaban de pie, miraban fijamente a
Zelzin, todos molestos, pero continuaban sin moverse, parecía que esperaban a
que la chica les diera la espalda para poder moverse. Una risa poco agradable
llenó el lugar, nada divertida y terrorífica, era el payaso.
Había bajado de su monociclo, las pelotas rodaban en el suelo a su
alrededor, alejándose de él, estaba encorvado, continuaba dándole la espalda a
Zelzin. El pánico la invadió por completo, ese era el momento de salir
corriendo, o de despertar, nada deseaba más que despertar de esa pesadilla;
despertar para reírse más tarde de ella misma y de su tonta imaginación
onírica.
El payaso continuó su risa, Zelzin estaba en shock, paralizada, quería
gritar, correr, llorar, rezar, todo al mismo tiempo, pero sin poder hacer nada,
ninguna parte de su cuerpo le obedecía. Poco a poco, en medio del escenario,
dio la vuelta, entonces Zelzin soltó por fin un grito de auténtico horror, dio
la vuelta y salió corriendo de la carpa.
El payaso salió corriendo detrás de ella. Su rostro, si es que se le puede
llamar rostro, era un agujero negro romboide que abarcaba todo lo un rostro
normal, de él salía una baba grisácea, todo lo que podía verse en ese oscuro
agujero era malvado e infame. Un demonio de perversidad. Corría con torpeza,
cuando puso un pie fuera la carpa, todos los maniquíes corrieron detrás de él,
en pos de Zelzin.
La chica corría entre los árboles del bosque, escuchaba la infame risa
del extraño ser payaso persiguiéndola, y los pasos de sus víctimas encerradas
en cuerpos de yeso. La luna brilla con más intensidad, se volvió de color rojo
carmesí. Se detuvo en seco, pues enfrente de ella estaba el payaso, jadeando,
lleno de ira, temblaba de euforia al tener una nueva víctima, un nuevo
alimento. Del hoyo escurrió más baba gris, cual perro hambriento.
Corrió por un lado lateral al que estaba el payaso, pero tropezó contra
lo que creía que era un árbol y cayó de bruces; pero no era un árbol, era de
nuevo el payaso.
Gritando se levantó, en su mente comenzó a rezar por salir bien de ese
sueño, y de despertar sana en su cama, en su casa.
Se levantaría para ir a desayunar y le contaría a su madre y a su
hermano el extraño sueño que tuvo, quizá lo escribiera para internet. Corrió
más deprisa, sus piernas le quemaban ya de cansancio, corría lento pero sus
piernas ya no daban para más.
Él la alcanzaba, estaba detrás de ella, sentía su respiración pausada
sobre su nuca, y los pasos apresurados de los maniquíes siguiéndolos. Sobre su
hombro sintió la mano del payaso, la había alcanzado, esté comenzó a reír de
nuevo. Era insoportable el miedo que sentía, la desesperación por correr más
deprisa.
El piso de tierra se terminó bajo sus pies, cayó en un hoyo en la
tierra, oscuro como el averno. Lo último que miró antes de que las tinieblas lo
cubrieran todo fue al payaso asomándose por el pozo, y los maniquíes
aglomerándose alrededor de él, uno incluso cayó también.
Y sobre ellos las
estrellas.
IV
Un sonido lejano, se pierde. Se repite y cesa. Entonces se multiplica y
se convierte en un murmullo, cae sobre su rostro, se siente cansada pero
despierta lentamente. La lluvia era fría y le agradaba. La caída había sido
larga, pero estaba bien. Se incorporó, a su lado estaba el maniquí que cayó con
ella hecho añicos, resultó que estaban hechos de porcelana. Levantó la vista,
continuaba viendo las estrellas, pero estaba lloviendo.
Esto sí que es extraño, pensó. Frente a ella se levantaba un oscuro
edificio gótico, con grandes ventanales y gárgolas en la entrada haciendo
guardia; la puerta de madera de doble hoja se abrió cuando Zelzin posó su
mirada sobre está.
Corrió para cubrirse de la lluvia, subió los escasos cinco peldaños de
la escalera y entró a la biblioteca. La puerta se cerró tras de ella por voluntad
propia, las velas en sus palmatorias se encendieron al unísono, alejando a las
tinieblas por momentos. Los pasillos eran de enormes libreros repletos de
viejos volúmenes olvidados, ese, quizá, era el lugar más coherente del
subcosmos. Sobre ella estaba la cúpula, con una pintura que la inquietaba y le
producía cierta curiosidad a la vez: un enorme ojo negro, su iris negro como el
pelaje de una bestia nocturna, la pupila era una de las pocas entradas al
verdadero infierno, al abismo.
¨Acércate¨, le llamaba una voz. No sabía muy bien a donde dirigirse, así
que enfiló todo el pasillo de libreros hasta el centro de la biblioteca. La voz
le dio de nuevo la indicación para acercarse, pero continuaba difusa, provenía
de todas partes y de ninguna, tal vez y hasta era producto de su imaginación,
al igual que todo ahí.
A lo lejos, entre uno de los pasillos que llevaban al centro, vio otra
puerta doble que se abría, y se dirigió ahí. El silencio reinaba, interrumpido
solo por las pisadas de Zelzin. Jamás había tenido un sueño así, es bien sabido
que estos son extraños y carecen de sentido, pero esté en especial parecía tan
real, tan autentico.
Las palmatorias se encendieron dentro de la habitación, que resultó ser
una oficina. Había un viejo y rustico escritorio, los libros ahí dentro estaban
regados, hojas de papel rotas sobre el suelo, y mucho polvo en el aire. Sobre
el escritorio había una mano cercenada que sujetaba una enorme pluma negra de
cuervo, posada sobre una hoja de papel. Zelzin ahogó un grito.
La mano zurda era grande, parecía recién cortada, ya no brotaba sangre
de ella. Está se movió con ligeras palpitaciones. Y comenzó a escribir sobre la
hoja en la que estaba posada, frenéticamente.
¨Ya has muerto¨ escribió y la tinta desapareció en la hoja de pergamino.
-No he muerto. –aseguró Zelzin. Aunque, de lo contrario, quizá sea
cierto, puede que esté descendiendo al mismo infierno, o cayó directamente a un
limbo de pesadillas.
-¿Qué es este lugar?
¨Él te busca¨- la tinta
desapareció.
-¿Quién? ¿Estoy muerta?
¿Qué lugar es este?
La mano paró de escribir, parecía que no ponía atención a los
cuestionamientos de Zelzin. Harta, decidió salir de la oficina, a buscar el
modo de despertar o de llegar a las entrañas del infierno para ser condenada. A
escasos centímetros de tocar el picaporte, la mano comenzó de nuevo a escribir
con desesperación.
¨Debes correr, esconderte. No estas a salvo en ningún lugar. No hasta
que regreses a tu realidad. Él te ha matado en otras realidades; de muchas
formas. Pero tú puedes salir con vida. Busca la puerta que te lleve a tu mundo.
Encuéntrala en las profundidades del abismo¨.
-Este sueño cada vez es más extraño. ¿Es la realidad?
¨Muy real¨
¨Sal rápido, él ya
viene por ti¨.
-¿Quién?
Las palmatorias se apagaron. Todo quedó a oscuras, la penumbra en los
ojos de Zelzin le llenaron de miedo, pues al mismo tiempo sentía de nuevo la
sensación de ser observada. La luz volvió un solo segundo debido a un rayo que
surcó el cielo; la habitación se encontraba vacía, nada que hubo ahí dentro estaba.
La extraña silueta de Abbamalech estaba en la ventana, con sus deformes manos
sobre el vidrio, y su único ojo posado en ella. Su cuerpo era solo una sombra,
lo único físico era su enorme ojo negro que la observaba con gula y lujuria.
Otro rayo seguido de un trueno. Salió corriendo de lo que fue la
oficina. Los libreros no estaban, todo había desaparecido, el edificio parecía
una catedral muerta. Estruendosos ruidos huecos se escucharon entre las paredes
de la biblioteca; afuera las gárgolas habían caído al suelo, destrozándose.
Abbamalech se sentía eufórico, no se había sentido así en mucho tiempo.
Ella, era por mucho, uno de los manjares más grandes del universo. Solo él y
Dios sabían la cantidad de veces que la había devorado, una y otra vez a lo
largo de las realidades y los mundos, y siempre resultaba lo mismo. Se
defendía, se escondía, además de ser un bocado suculento era una fuente de
diversión. Sabía que era cuestión de tiempo para que terminara por devorarse a
todas las Zelzin, pero no le importaba, mientras hubiera alguna en el universo,
la cazaría y la devoraría.
Eso es lo que era: un cazador. Una fiera que gusta de jugar con sus
presas. Era insoportable la sensación de esperar para devorarla; su piel era
dulce y exquisita. Algo que ningún otro Dios ha probado, y era solo para
él.
V
Zelzin continuaba tratando de darle algún sentido a todo aquello. Si no
era un sueño, la última opción era que había perdido la razón, estaba loca. A
lo lejos escuchaba la suave respiración de su acosador, lenta, tranquila y al
mismo tiempo ansiosa por devorarla una vez más.
No había en donde esconderse, ya que todo había desaparecido. ¿Qué iba a
hacer? ¿Correr? La mano que ya no estaba le dijo que se escondiera, pero no
podía correr afuera porque allá estaba Abbamalech, dentro no había otra puerta
más que donde estaba la oficina. Ese era su fin, estaba segura.
No hay peor prisión que la que crea la propia mente, sumada con la
desesperación de querer huir sin poder lograrlo. Zelzin, por primera vez en su
vida, deseó morir.
Retrocedía, convencida de que llegaba a su fin, su espalda chocó contra
la pared, y se dejó caer hasta el suelo. Se cubrió el rostro con sus manos y
empezó a sollozar. Que tan pronto había cambiado su vida de un instante a otro,
un momento estaba estudiando y al otro escapando de un payaso deforme y de una
horda de maniquíes blancos.
La vida era extraña, el destino carecía de sentido. Deseaba morir ahí
mismo. Sí su destino era el ser devorada por un ser extradimencional, entonces
que así sea. Debería enfrentar su destino antes que escapar de él.
Una pequeña mano se posó sobre su hombro, un nuevo sollozo acompañó al
suyo en el silencio de la biblioteca. Zelzin levantó la vista y vio frente a
ella a una niña pequeña, vestida de manera extraña, su ropa era vieja, de otro
tiempo; su vestido era largo y de gala, color caqui, no debía tener más de diez
años.
-¿Eres real? –preguntó
la niña entre sollozos.
Zelzin se sorprendió al ver a alguien más ahí con ella.
-Sí. Sí lo soy. –y abrazó a la niña, al hacerlo sintió alivio dentro de
ella. La esperanza volvió, saldría de ahí. Ese era su nuevo propósito. Ya no se
sentía sola.
-¿Cómo te llamas?
-Carlota. ¿Y tú?
-Zelzin.
-Tú nombre es extraño. –dijo y enjugó sus lágrimas con el dorso de su
mano.
-Sí, me lo dicen muy seguido. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
-No lo sé. Creo que un día o dos. Aunque a veces siento que ya pasaron
semanas.
-Bueno, eso no importa. Saldremos de aquí, mi niña.
-¿Conoces la salida?
-No, pero encontraremos
una.
Volvió a abrazar a Carlota, y ambas dejaron de llorar. Se sentían
protegidas una por la otra. Esperaron unos minutos –o quizá horas- hasta
sentirse seguras de que Abbamalech se había marchado. Aunque la angustia
también crecía en ambas y jamás sintieron desconfianza una de la otra.
Cabía el miedo en ella, afuera
podría estar él esperándolas. No había otra salida más, una única puerta
llevaba a fuera y continuaba lloviendo. Entonces una duda llegó a la cabeza de
Zelzin.
-¿Has visto salir el
sol?
La niña dudó antes de contestar, y negó con la cabeza.
-¿Todo el tiempo es de noche? –susurró para sí Zelzin.
Cada vez se sentía más confundida, incluso le parecía que ya había
estado ahí. La situación a ratos le parecía familiar, como si hubiera corrido
de esa bestia con anterioridad. Incluso toda su vida.
-Creo que ya no está
ahí afuera. –dijo Carlota.
-¿Cómo llegaste aquí?
-Por un túnel afuera.
-¿Caíste por un túnel?
–preguntó Zelzin.
-No. Lo seguí.
Se incorporaron y tomaron de la mano, y salieron del edificio. Frente a
ellas estaban los escombros de las gárgolas que cayeron y se despedazaron
contra el suelo, más allá solo quedaba el polvo del maniquí que cayera junto
con Zelzin. Eso le produjo algo de temor, pero no se lo dijo a la niña.
-¿En dónde está el
túnel?
-Más adelante.
Continuaron caminando. La lluvia no les molestaba en nada, rayos
comenzaron a iluminar el oscuro cielo, sin embargo, ninguno caía. Llegaron al
túnel, la entrada le parecía familiar a Zelzin. Las escaleras descendían, frente
a ellas sobre la entrada del túnel había un letrero azul con letras blancas que
decían: No pasar. El agua caía como cataratas por los peldaños de la escalera.
Del otro lado había otras escaleras, pero estás ascendían. Viraron a la
derecha y Zelzin comprendió en dónde se encontraban. A su izquierda estaban las
taquillas tapiadas con maderos, la pintura de las paredes era vieja y carcomida
por el tiempo; otras escaleras ascendían a los torniquetes, y tras ellos
bajaron a los andenes del metro. El transporte estaba detenido, vacío, muerto.
Zelzin continuaba agarrando de la mano a Carlota.
-¿Cómo puede ser esto?
-¿Conoces este lugar?
Carlota ni siquiera se imaginaba qué era ello, pero Zelzin se refirió a
él como Cuatro Caminos. Subieron a un vagón, dentro no había nada, estaba
totalmente abandonado y desierto. El típico timbre del cierre de puertas se
escuchó por la estación, el pequeño foco sobre las puertas se encendió y estás
se cerraron. A pesar de que echaron a correr para salir del vagón, no lo
lograron, quedándose atrapadas en el metro. Este arrancó súbitamente.
Las luces de las lámparas de neón del túnel pasaban fugases antes sus
ojos, tuvieron que sujetarse de los barandales para no caer al suelo debido a
la velocidad del tren. Llegaron a la primera estación, Zelzin reconoció al
instante las figuras, réplicas de esculturas de antiguas civilizaciones. Pero
el tren no se detuvo. Llegaron a la siguiente estación, pasándola de largo, así
estación en estación. Hasta que el túnel terminó y el tren ascendió a la ciudad
que, eventualmente, desapareció en la nada.
Ambas vieron por las ventanas que las vías iban sobre la nada, lo único
que podían ver eran estrellas, lunas, soles y nebulosas. Estaban muy asustadas
y confundidas.
Entonces todo se volvió a oscurecer en un nuevo túnel, las luces de neón
seguían siendo iguales a las de antes.
-Próxima estación: Caín. –dijo la voz femenina del tren.
Luego salieron del túnel a un paisaje lúgubre, una inmensa torre de
granito negro se elevaba y una extraña sensación de peligro y angustia las
invadió. Otro túnel, esta vez más corto.
-Próxima estación: Augustus.
Cuando salieron vieron gigantes seres demoniacos peleando a la mitad de
una ciudad destruyéndola a su paso. El cielo era rojo apocalíptico, pero el
mundo no terminaría ahí, no del todo. Otro túnel.
Quien sabe a dónde las llevaba el tren, parecía un artefacto demoniaco.
Salieron, la última estación antes de detenerse.
De nuevo la voz de mujer, está vez anunciando la llegada a Lázaro.
El desierto se extendía hasta donde la vista podía alcanzar, la ciudad
estaba sepultada en la arena, y en el cielo brillaba una extraña figura, al
lado de la luna. Era como algo o alguien observando la desgracia del mundo. Un
nuevo túnel, y la parada final.
-Próxima estación: Copilco. –dijo la voz del metro.
Era otra estación, sombría y poco transitada en tú realidad. Alta y con
murales poco iluminados. Las puertas se abrieron.
-Ningún pasajero deberá permanecer en el tren. Gracias.
Bajaron y las puertas se cerraron detrás de ellas; el tren arrancó de
nuevo dejándolas solas. Donde quiera que se supone que estuvieran, Abbamalech
las tenía donde quería.
VI
Salieron de la estación cogidas de la mano, y como ya lo intuía Zelzin,
afuera no había nada de lo que en su realidad debería estar.
Se trataba de un cementerio a la mitad de una colina, las lápidas eran
viejas y algunas ya estaban deshaciéndose, incluso las letras dejaron de ser
legibles hace mucho tiempo.
Zelzin
Gonzales.
1993-2012.
Decía la primera lápida. Zelzin creyó que se trataba de un truco,
evidentemente, ella estaba ahí viva. Se acercaron a otra tumba y leyeron:
Zelzin
Gonzales.
1993-2012.
Pasaron a una tercera,
y decía lo mismo.
-Esto es una completa locura. –le dijo a Carlota.
Pero a la niña estaba atenta leyendo otra lápida, está era de ella
misma:
Carlota
Montesco.
1832-1841.
Soltó la mano de Zelzin y se acercó a leer otra, solo para descubrir que
tenía grabado el mismo nombre y la misma fecha.
-Soy yo. –dijo para sí.
Se acercó a un mausoleo, el pesado y viejo candado se abrió solo,
cayendo al suelo de tierra del campo santo. Carlota cogió la mano de Zelzin; la
puerta de la cripta se abrió revelando unas escaleras de piedra que bajaban y
se perdían en la oscuridad.
Tomadas de la mano bajaron las escaleras. Zelzin volvió a sacar su
celular y a encender su lámpara; los peldaños descendían en espiral, parecía
que bajaban por una antigua torre de un castillo. Abajo todo estaba cubierto de
arena, con extraños ídolos de piedra adornando las paredes, pilares con
relieves de serpientes mordiéndose las colas las unas a las otras.
-Deberíamos salir de aquí. –dijo Zelzin.
Pero Carlota no la escuchó, como hipnotizada se adentró más en el
mausoleo. Las figuras de los ídolos las miraban al pasar, Zelzin no pudo evitar
pensar en alebrijes o algo parecido. Recorrieron el mausoleo de techos altos y
cilíndricos.
Carlota señaló algo en la oscuridad, volteó a ver a Zelzin y dijo:
-Vi algo ahí que se movió. ¿Lo viste?
Zelzin, preocupada, prestó atención a las tinieblas que las rodeaban.
Forzó su vista, y vio algo deforme moverse. Apretó con fuerza la mano de la
niña y corrieron de vuelta sobre sus pasos.
El demoniaco ser salió disparado en pos de las niñas. Era rápido, y sus
pisadas sobre la arena asustaban a las niñas. Zelzin logró divisar a lo lejos
las escaleras, pero sintió un tirón en el brazo: el monstruo había alcanzado a
Carlota.
Era enorme, una sola alma, pero demasiados cuerpos unidos en él. Su
cabeza era una amalgama de cuerpos de niños que se retorcían, intentando
alcanzar a la niña. Su cuerpo era una aglomeración entre cuerpos de niños y
adultos. Sus piernas eran extensiones de piernas humanas unidas unas con otras
para ser más largas. Muchas de estas eran de metal, su cuerpo largo como una
serpiente. Su apetito feroz.
Los pequeños brazos de los niños de la cabeza del monstruo alcanzaron a
Carlota, la atraían con fuerza, mientras Zelzin intentaba retenerla en el
suelo. Carlota lloraba y le pedía una y otra vez a Zelzin que no la soltara.
Pero el cuerpo amorfo del ser era fuerte y la jalaba con fuerza. El sudor de
las manos de Zelzin no ayudaban en absoluto; la pequeña mano de Carlota se le
resbalaba de entre sus manos, hasta que el monstruo se la arrancó.
Zelzin vio con horror como los cuerpos de los niños se abrían como una
monstruosa boca para recibir a Carlota con ellos, se quedó paralizada, de entre
los niños que ya estaban emergió el rostro corrompido y pálido de Carlota, sus
brazos se movían con espasmos.
Y ahora iba por Zelzin.
Zelzin corrió entre la oscuridad en dirección hacia las escaleras,
sintiendo a sus espaldas al monstruo. Había una puerta remplazando las
escaleras por donde había llegado. Era de madera, de doble hoja. Atravesó, la
cerró detrás de sí, y escuchó como el monstruo se estrellaba contra la madera,
sin poder abrir la puerta.
VII
Probablemente su deseo de morir se cumpliría, pero después. Las
palmatorias se encendieron, iluminando la nueva oficina donde estaba la mano
que se encontró en la biblioteca.
Se sintió mal y lloró con toda su fuerza, dejando fluir el llanto y sus
emociones. Estaba harta de todo, asustada, deprimida; toda esa ola de emociones
no hacía más que aumentaran sus ganas de morir.
La mano comenzó a escribir con su inmensa pluma negra, solo que está vez
las letras no se desvanecerían hasta que Zelzin las leyera.
¨Busca la puerta del
abismo¨
Cuando Zelzin las leyó se dejó caer al suelo. No entendía nada y no
quería entenderlo. Los libros cayeron al suelo, sentían la presencia de
Abbamalech cerca. La mano comenzó a desintegrarse como hojas de árbol en otoño,
el pergamino, el escritorio. Sin embargo, la mano comenzó a escribir de nuevo,
pero las letras eran difusas y difíciles de leer. Zelzin entró en pánico,
escribía con tanta desesperación que debería ser algo importante.
Todo se desintegró. Y Zelzin se quedó parada en un páramo hermoso y
boscoso. La luna brillaba con normalidad, el cielo tenía las estrellas que
todos conocemos, se encontraba de nuevo en su realidad, pero no en su tiempo.
VIII
Su nombre era Martin Bonilla y quería matar a su ama. Ella era una joven
adinerada que solía pasar largas vacaciones en una enorme cabaña a la mitad de
un viejo bosque. Martín comenzó a percatarse de la actitud extraña de la joven:
salía a altas horas de la noche, vestida solo con su pijama y una vela
encendida.
Martin comenzó a seguirla durante sus noches de tertulia por el bosque,
entonces descubrió que la joven ama era partícipe en horribles y blasfemos
aquelarres. Una noche de luna llena le tocó presenciar uno especialmente
grotesco, en el que la joven ama mantenía relaciones con un ser cornudo,
antropomorfo y grotesco y una bruja vieja, bebía sangre de ambos y demás
fluidos. Martin se persignó, acto que hizo que su presencia fuera notada por el
resto de brujos del aquelarre; le persiguieron el resto de la noche, sin
hallarlo. Escapó de la casa lo más pronto posible, pero a la mitad de su huida
descubrió que había olvidado un importante camafeo con la foto de su difunta
esposa y regresó a la cabaña durante la noche, seguro de que la ama no
estaba.
Se encontró con otros mozos, que le dijeron con cierto jubilo, que la
señorita estaba embarazada.
No podía ni imaginarse la grotesca criatura que se engendraba en el
vientre de la señorita. Así, totalmente decidido en terminar con esa blasfemia,
buscó entre los instrumentos del jardinero, y encontró una pequeña hoz, le
serviría para terminar con la vida de la señorita.
La joven volvió antes de despuntar el alba, pero Martin ya estaba
preparado; esperó a que la joven se recostara en su aposento, y salió de su
escondite sin hacer el menor ruido, cogió impulso con la hoz para clavarla de
lleno en el vientre de la joven, cuando la ventana de la habitación se abrió de
par en par. Era el fauno con el que había fornicado un par de noches antes.
Volteó a ver a la joven para matarla, aunque asustado por la presencia
del demonio, pues terminaría con la aberrante criatura en el vientre de su
madre, cuando percibió el vientre de esta última más abultado, estaba en
proceso de parto.
No hubo necesidad de mancharse las manos, el pequeño monstruo salió sin
complicaciones, lleno de sangre y llevándose con él la vida de su madre. El
pequeño monstruo era como una sombra antropomorfa, con un solo ojo en su
cabeza, que al verlo Martin cayó en la más profunda y tristes de las locuras.
Más tarde ese día se le acusaría de haber matado a la señorita.
Mientras el fauno dejaba libre en la noche aquel ser aberrante, lleno de
maldad y odio.
IX
Eso es lo que Zelzin vio en el bosque. Cuando vio como el extraño ser
fauno soltaba a Abbamalech y esté se iba a las estrellas, la realidad volvió a
cambiar, la luna volvió a ser la luna corrompida de antes, y el fauno y la casa
ya no estaban.
Ya nada estaba ni había. La luna y las estrellas desaparecieron al poco
tiempo, se encontraba en un abismo total.
La nada.
X
Estaba segura de que se encontraba cerca de la puerta, a pocos pasos de
salir de ahí. Recordó las palabras que la mano había escrito en la biblioteca,
lo de la puerta en las profundidades del abismo. Pues consideraba ese lugar un
abismo.
Comenzó a caminar, no sabía si se encontraría con un precipicio o una
pared, no veía absolutamente nada, salvo oscuridad.
-Me abandonaste. –dijo la voz de Carlota con un susurro. Zelzin iba a
disculparse, pero otra voz la interrumpió:
-¿En dónde estás?
Era la voz de su madre sollozando. Podía dudar, Carlota había estado ahí
con ella en esa pesadilla, pero podía ser que aquella voz no fuera la de su
madre.
-Ven.
Dijo otra voz, esta vez desconocida. Una pequeña luz roja se elevó a la
lejanía, marcando el horizonte y, sobre esté, una pequeña y oscura figura
rectangular, una puerta.
Corrió hacia ella, cuando escuchó por vez primera la voz de Abbamalech.
No pronunció palabra alguna, pues sabe hablar, pero no le interesa para nada
comunicarse con nadie. Cada idioma que se haya inventado o se invente, él lo
conoce. Estaba a sus espaldas, confundido en la nada, su ojo parecía flotar en
el aire, persiguiendo a Zelzin. Solo reía. La pequeña luz roja cayó, y otra se
elevó en su lugar, para caer después. La risa de Abbamalech era ensordecedora.
Casi destruye sus oídos la primera vez que dejó salir su macabra carcajada. Se
escuchaba en todas partes, pero Zelzin continuaba corriendo. Sus pasos sonaban
igual que las de un niño cuando corre descalzo. Una nueva esperanza creció en
ella cuando comenzó a escuchar también el sonido de pájaros cantando, iguales a
los que se posan en su ventana al amanecer.
Saldría de ahí con vida, ella cambiaria todo. Escaparía del asesino de
otras Zelzin de otros mundos. Veía la puerta más cerca, más cerca. Era grande y
de color rojo, como las pequeñas luces que ascendían desde ningún lugar. En la
parte superior tenía escrito el nombre de Zelzin. Esa es la salida. Pero no la
alcanzó.
XI
Las zarpas de Abbamalech cogieron a Zelzin por sus brazos, levantándola
del suelo. La chica estaba impactada, estaba a pocos centímetros de llegar a la
puerta, y ahora estaba en las manos del monstruo.
Lo miró, él la miraba también, con lasciva, lujuria, gula y placer. Por
fin tendría un banquete digno. Debajo de su ojo se abrió su enorme boca, daba
la impresión de estar viendo las patas retorciéndose de cangrejos, listos para
destrozar la carne de la joven.
Gritó. Pero en el vacío no había nadie que la escuchara ni le ayudara.
Cerró la boca arrancándole la pierna izquierda, la masticó con paciencia
y la tragó. El dolor era insoportable. La sangre brotaba a borbotones, le caía
en su ojo a Abbamalech, pero esté no se inmutaba.
Siguió con la otra pierna, intentaba zafarse, retorciéndose e intentando
escapar, sin resultado.
Le arrancó la otra
pierna.
La dejó caer al suelo, ya no podría huir de él. Sin embargo, se arrastró
mientras masticaba tranquilamente su otra pierna; con sus codos se apoyaba y se
arrastraba, llorando.
La levantó de nuevo del brazo izquierdo, está vez le arrancó con sus
extraños dientes las entrañas. Así, poco a poco la fue devorando. Y Zelzin
murió.
XII
-Tuve un sueño extraño.
Tomó un plato y la caja
de cereal.
-¿De qué? –preguntó su
madre.
Sacó la leche del frigorífico y se sirvió su cereal.
-Me parece que he perdido la cordura. O tal vez es solo el cansancio.
-Te hace falta dormir más. Me has estado ayudando mucho estos días.
-Pero porque quiero
hacerlo, madre.
-Aun así.
-Creo que ya no quiero dormir nunca más. No después de este sueño.
El sol salió de entre las nubes plomizas iluminando la cocina. El día
era fresco, toda la noche había estado lloviendo, y solo unos minutos antes se
había calmado.
-Va a salir el sol.
–dijo su madre mirando por la ventana al cielo.
Un silencio incomodo nació después de ese comentario.
-Y bien, ¿qué soñaste?
Dudaba en decírselo, o con qué palabras las diría. Eligió casi correctamente,
y dijo:
-Soñé que un monstruo
se comía a Zelzin.
Su madre lo volteó a
ver.
-Tu hermana lleva un año desaparecida. Tu imaginación solo intenta darle
una explicación a lo que pasa. ¿No crees?