lunes, 19 de marzo de 2018

El cazador




Para Zelzin.

I

   Faltaba poco para que se cumpliera un año de la desaparición de Zelzin. Una vez más, una brigada se dedicaba a colocar panfletos en los postes de luz con su fotografía en blanco y negro, una descripción de la joven, el último día que se le vio, y la ropa que traía puesta. Más abajo había tres diferentes números telefónicos a los cuales llamar si se tenía alguna información.  
   La madre de Zelzin colocó la nueva copia de la fotografía sobre una vieja a la que ya no era legible la información. Una lagrima rodó por su mejilla; no hay nada más intenso que el amor de una madre, ni desesperación más horrible que la falta de un hijo. El hermano de Zelzin vio a su madre desde la otra calle, corrió a su lado y la rodeó con sus brazos. Un rayo iluminó de blanco el cielo plomizo, un trueno le siguió y comenzó a llover.
   -Ya no puedo. –dijo entre sollozos la madre.
   La esperanza es lo último que muere, decían. Pero tras un año sin obtener resultados, con el miedo a flor de piel, sin indicios que la llevaran al paradero de su hija. Solo le quedaba una pizca de esperanza. Nadie podía regresarle el ánimo que tanto la caracterizaba; era como un muerto que salía a trabajar y regresaba a casa. A veces, cuando estaba sola, entraba a la habitación de Zelzin solo para sentir de nuevo un hueco en el estómago, el aroma de su hija también se había ido con el tiempo. La habitación llena de polvo seguía esperando a su ocupante.
   Dejó los brazos de su hijo, se secó las lágrimas y regresó a casa con su hijo.

II

   En aquel lugar de sombras y pesadillas el tiempo no existe, de hecho, jamás existió ni existirá. Nadie podía conocerlo del todo, tiende a cambiar dependiendo de quién esté dentro; la luz del sol es rechazada totalmente, es un lugar lejano, lejos, muy lejos, de nuestra realidad.
   Zelzin no se percató cuándo entró a ese limbo de pesadillas. Sus últimos recuerdos coherentes tenían que ver con un libro, números, y un parque.
   Se encontraba sentada en un quiosco en un parque llamado La Hoja, frente a ella tenía su libro de matemáticas; estudiaba lejos de las distracciones del mundo moderno, ahí dentro del parque no llega el ruido de los autos, ni el disturbio del suburbio, a sus oídos llegaban los cantos de los pájaros, una ardilla pasó corriendo detrás de ella, sin embargo, una no reparó en la presencia de la otra. Pasó la página.
   No sabía cuánto tiempo llevaba estudiando ahí dentro, el tiempo parecía ir más rápido cuando lo ocupas en cosas productivas. Cerró el libro un momento y revisó la hora. Fue en ese instante que sintió un oscuro cosquilleo en la nuca, su corazón latió más deprisa, y sintió en todo su cuerpo la inconfundible sensación del miedo.
   Alguien la miraba, estaba segura que era eso. Se peinó los cabellos de la nuca que se le habían erizado, y miró en todas direcciones en busca de alguien, pero se encontraba totalmente sola. Continuó su lectura, sin embargo, la sensación de ser observada no terminaba; era como si alguien desde la lejanía estudiara con curiosidad cada uno de sus movimientos, perseveró en su lectura, pero su mente comenzó a divagar, una alerta de peligro le advertía que se marchase lo más pronto y rápido posible. Haciendo caso de su instinto, recogió su libro y su libreta guardándolos en su mochila, y se dispuso a marcharse.
   El sendero se encontraba en total soledad, casi todo el tiempo estaba igual, salvo por las mañanas que el parque era frecuentado por deportistas. La salida estaba cerca, poco a poco el acogedor ruido del suburbio la fue recibiendo conforme se acercaba a la salida; caminó por el sendero con la vista fija al frente, temía voltear y dar por advertido a la amenaza de la que escapaba. El miedo comenzó a invadirla en sobre manera, sus pasos eran rápidos, casi trotaba.  
   Allá estaba la reja de la salida, y, cuando más cerca se la sintió, más alejada del peligro, decidió voltear la mirada y conocer a su agresor. Entre los árboles vio escabullirse una silueta negra, alta, delgada, sus brazos eran largos que casi arrastraban por el suelo y se escabullía encorvado hacía enfrente; Zelzin casi suelta un grito de horror al ver el único ojo de la sombra, justo en medio de la cabeza de este. Casi tropieza con sus propios pies al echarse a correr a la salida, olvidó por completo su mochila, así que la dejo caer al suelo; un instante de confusión le siguió. Se detuvo en seco, el sol que brilla alto en el cielo, caía a gran velocidad, dejando tras de sí una estela de luz cual cometa; el cielo se tornó anaranjado y violeta igual que un crepúsculo, y siguió la oscuridad. El firmamento se llenó de estrellas de constelaciones vistas pocas veces por los hombres, y quienes las vieron no vivieron para contarlo ni para darles nombre. Inmersa en la oscuridad, confundida, dudando de su cordura, volteó a ver de nuevo al extraño ser que se escondía detrás de los árboles, pero ni la silueta, ni la sensación de ser observada, estaban presentes.  

III

   El parque seguía siendo el mismo, el mismo sendero, los mismos árboles, casi todo era idéntico. Afuera la oscuridad dominaba, donde antes había una importante avenida que abría camino a innumerables transeúntes, ya no estaba; en su lugar quedó un vacío extraño e incómodo. Zelzin se sujetó de los barrotes y miró a través de ellos y se encontró cara a cara con la oscuridad, el vacío de las estrellas. Como si se tratara de una sola isla, una pequeña piedra vagando a la deriva del cosmos.
   No se lo creía, debía de haberse quedado dormida, esa era la explicación más lógica y razonable que daba sentido a todo aquello. Al cabo de un tiempo despertaría, de eso estaba segura, así que solo le quedaba continuar soñando.
   Regresó sobre sus pasos, le sorprendió lo tranquila que de pronto se sentía, ya no se sentía en peligro, ni observada. De lejos le llegó el ulular de unos búhos, criaturas hermosas incluso durante la noche y a la mitad de un bosque. Zelzin siempre fue amante de los lugares melancólicos y oscuros como ese. Continuó su recorrido, incluso la mochila ya no estaba en el suelo.
   Sobre el horizonte comenzó a salir la luna; está era grande y amarillenta, dejando de ser hermosa llegando a su cenit, ahora parecía una luna enferma y corrompida. Escuchó de nuevo a los búhos. La luz de la luna era escaza, Zelzin sacó su celular de la bolsa de su pantalón, revisó la hora, faltaban diez minutos para la media noche, cuando apenas unos minutos antes apenas serían las seis de la tarde, no tenía señal y encendió la lámpara, de pronto se sintió encerrada en una película o un videojuego de terror.
   Caminó entre los milenarios árboles, esperando a despertar de una vez, al parecer su pesadilla pasó a ser un sueño normal, le pareció escuchar música a lo lejos; una música divertida y llamativa, entre las ramas de los árboles se escabullían destellos de luces bailarinas, también percibió olor a comida; palomitas de maíz, hot-dogs, hamburguesas, banderillas. Y sobre todo eso escuchó risas, muchas risas, de niños y de adultos. Sintió, por alguna razón, que estaba a salvo.
   Corrió esquivando las ramas, las luces enfrente de ella se hacían más grandes; eran series de focos amarillos, anaranjados y rojos; entrelazados sobre los puestos de comida que rodeaban en círculo una enorme carpa de circo amarilla con franjas anaranjadas. De esta última provenían las risas. Sintió un nuevo escalofrió al ver que las personas que deberían de estar comprando y dirigiéndose a la entrada de la carpa, eran en realidad maniquíes totalmente blancos, tanto del cabello como de la ropa y zapatos. Eran estatuas congeladas en el tiempo y espacio, niños riendo, padres con expresiones felices, pero todos ellos eran una simulación. Una nueva ola de carcajadas brotó de la carpa. Ahí debe de haber personas, pensó, a pesar de la extraña decoración de afuera. 
   Incluso parecía que se le había olvidado todo lo extraño de la situación. Dirigió sus pasos a la entrada del circo, escuchaba murmullos y pequeñas risas, caminó entre los tenebrosos maniquíes; a pesar de que estaban inmóviles parecían esperar el momento indicado para moverse y atacarla.
   Escaleras con alfombra roja descendían al escenario; las butacas estaban llenas de maniquíes divertidos, la música sonaba fuerte, era la típica música de un circo. En el escenario estaba un payaso sobre un monociclo haciendo malabares con cuatro pelotas de colores al mismo tiempo, le daba la espalda a Zelzin, mientras que los maniquíes reían nuevamente. Comenzó a sentir de nuevo la sensación de estar en peligro, el payaso era el único en todo el circo que se movía, su ropa era de color, su cabello amarillo, su monociclo negro, su sombrero anaranjado con una flor rosa coronándolo. Alguien detrás de ella la empujó por el hombro, volteó la mirada asustada y alerta, ahogo un grito en su garganta al ver que se trataba del maniquí de una madre que llevaba de la mano a un niño, en su rostro tenía una mueca de disgusto. Zelzin retrocedió sobre sus pasos, a la salida de la carpa, cuando la música se detuvo, de nuevo sintió la extraña sensación de ser observada, el silencio se volvió incómodo, cuatro ruidos huecos le hicieron voltear la cabeza. Las pelotas habían caído al suelo, todos los maniquíes, los sentados y los que estaban de pie, miraban fijamente a Zelzin, todos molestos, pero continuaban sin moverse, parecía que esperaban a que la chica les diera la espalda para poder moverse. Una risa poco agradable llenó el lugar, nada divertida y terrorífica, era el payaso.
   Había bajado de su monociclo, las pelotas rodaban en el suelo a su alrededor, alejándose de él, estaba encorvado, continuaba dándole la espalda a Zelzin. El pánico la invadió por completo, ese era el momento de salir corriendo, o de despertar, nada deseaba más que despertar de esa pesadilla; despertar para reírse más tarde de ella misma y de su tonta imaginación onírica.
   El payaso continuó su risa, Zelzin estaba en shock, paralizada, quería gritar, correr, llorar, rezar, todo al mismo tiempo, pero sin poder hacer nada, ninguna parte de su cuerpo le obedecía. Poco a poco, en medio del escenario, dio la vuelta, entonces Zelzin soltó por fin un grito de auténtico horror, dio la vuelta y salió corriendo de la carpa.
   El payaso salió corriendo detrás de ella. Su rostro, si es que se le puede llamar rostro, era un agujero negro romboide que abarcaba todo lo un rostro normal, de él salía una baba grisácea, todo lo que podía verse en ese oscuro agujero era malvado e infame. Un demonio de perversidad. Corría con torpeza, cuando puso un pie fuera la carpa, todos los maniquíes corrieron detrás de él, en pos de Zelzin.
   La chica corría entre los árboles del bosque, escuchaba la infame risa del extraño ser payaso persiguiéndola, y los pasos de sus víctimas encerradas en cuerpos de yeso. La luna brilla con más intensidad, se volvió de color rojo carmesí. Se detuvo en seco, pues enfrente de ella estaba el payaso, jadeando, lleno de ira, temblaba de euforia al tener una nueva víctima, un nuevo alimento. Del hoyo escurrió más baba gris, cual perro hambriento.
   Corrió por un lado lateral al que estaba el payaso, pero tropezó contra lo que creía que era un árbol y cayó de bruces; pero no era un árbol, era de nuevo el payaso.
   Gritando se levantó, en su mente comenzó a rezar por salir bien de ese sueño, y de despertar sana en su cama, en su casa.
   Se levantaría para ir a desayunar y le contaría a su madre y a su hermano el extraño sueño que tuvo, quizá lo escribiera para internet. Corrió más deprisa, sus piernas le quemaban ya de cansancio, corría lento pero sus piernas ya no daban para más.
   Él la alcanzaba, estaba detrás de ella, sentía su respiración pausada sobre su nuca, y los pasos apresurados de los maniquíes siguiéndolos. Sobre su hombro sintió la mano del payaso, la había alcanzado, esté comenzó a reír de nuevo. Era insoportable el miedo que sentía, la desesperación por correr más deprisa.
   El piso de tierra se terminó bajo sus pies, cayó en un hoyo en la tierra, oscuro como el averno. Lo último que miró antes de que las tinieblas lo cubrieran todo fue al payaso asomándose por el pozo, y los maniquíes aglomerándose alrededor de él, uno incluso cayó también.
   Y sobre ellos las estrellas.

IV

   Un sonido lejano, se pierde. Se repite y cesa. Entonces se multiplica y se convierte en un murmullo, cae sobre su rostro, se siente cansada pero despierta lentamente. La lluvia era fría y le agradaba. La caída había sido larga, pero estaba bien. Se incorporó, a su lado estaba el maniquí que cayó con ella hecho añicos, resultó que estaban hechos de porcelana. Levantó la vista, continuaba viendo las estrellas, pero estaba lloviendo.  
   Esto sí que es extraño, pensó. Frente a ella se levantaba un oscuro edificio gótico, con grandes ventanales y gárgolas en la entrada haciendo guardia; la puerta de madera de doble hoja se abrió cuando Zelzin posó su mirada sobre está.
   Corrió para cubrirse de la lluvia, subió los escasos cinco peldaños de la escalera y entró a la biblioteca. La puerta se cerró tras de ella por voluntad propia, las velas en sus palmatorias se encendieron al unísono, alejando a las tinieblas por momentos. Los pasillos eran de enormes libreros repletos de viejos volúmenes olvidados, ese, quizá, era el lugar más coherente del subcosmos. Sobre ella estaba la cúpula, con una pintura que la inquietaba y le producía cierta curiosidad a la vez: un enorme ojo negro, su iris negro como el pelaje de una bestia nocturna, la pupila era una de las pocas entradas al verdadero infierno, al abismo.
   ¨Acércate¨, le llamaba una voz. No sabía muy bien a donde dirigirse, así que enfiló todo el pasillo de libreros hasta el centro de la biblioteca. La voz le dio de nuevo la indicación para acercarse, pero continuaba difusa, provenía de todas partes y de ninguna, tal vez y hasta era producto de su imaginación, al igual que todo ahí.
   A lo lejos, entre uno de los pasillos que llevaban al centro, vio otra puerta doble que se abría, y se dirigió ahí. El silencio reinaba, interrumpido solo por las pisadas de Zelzin. Jamás había tenido un sueño así, es bien sabido que estos son extraños y carecen de sentido, pero esté en especial parecía tan real, tan autentico.
   Las palmatorias se encendieron dentro de la habitación, que resultó ser una oficina. Había un viejo y rustico escritorio, los libros ahí dentro estaban regados, hojas de papel rotas sobre el suelo, y mucho polvo en el aire. Sobre el escritorio había una mano cercenada que sujetaba una enorme pluma negra de cuervo, posada sobre una hoja de papel. Zelzin ahogó un grito.
   La mano zurda era grande, parecía recién cortada, ya no brotaba sangre de ella. Está se movió con ligeras palpitaciones. Y comenzó a escribir sobre la hoja en la que estaba posada, frenéticamente.
   ¨Ya has muerto¨ escribió y la tinta desapareció en la hoja de pergamino.
   -No he muerto. –aseguró Zelzin. Aunque, de lo contrario, quizá sea cierto, puede que esté descendiendo al mismo infierno, o cayó directamente a un limbo de pesadillas.
   -¿Qué es este lugar?
   ¨Él te busca¨- la tinta desapareció.
   -¿Quién? ¿Estoy muerta? ¿Qué lugar es este?
   La mano paró de escribir, parecía que no ponía atención a los cuestionamientos de Zelzin. Harta, decidió salir de la oficina, a buscar el modo de despertar o de llegar a las entrañas del infierno para ser condenada. A escasos centímetros de tocar el picaporte, la mano comenzó de nuevo a escribir con desesperación.
   ¨Debes correr, esconderte. No estas a salvo en ningún lugar. No hasta que regreses a tu realidad. Él te ha matado en otras realidades; de muchas formas. Pero tú puedes salir con vida. Busca la puerta que te lleve a tu mundo. Encuéntrala en las profundidades del abismo¨.
   -Este sueño cada vez es más extraño. ¿Es la realidad?
   ¨Muy real¨
   ¨Sal rápido, él ya viene por ti¨.
   -¿Quién?
   Las palmatorias se apagaron. Todo quedó a oscuras, la penumbra en los ojos de Zelzin le llenaron de miedo, pues al mismo tiempo sentía de nuevo la sensación de ser observada. La luz volvió un solo segundo debido a un rayo que surcó el cielo; la habitación se encontraba vacía, nada que hubo ahí dentro estaba. La extraña silueta de Abbamalech estaba en la ventana, con sus deformes manos sobre el vidrio, y su único ojo posado en ella. Su cuerpo era solo una sombra, lo único físico era su enorme ojo negro que la observaba con gula y lujuria.
   Otro rayo seguido de un trueno. Salió corriendo de lo que fue la oficina. Los libreros no estaban, todo había desaparecido, el edificio parecía una catedral muerta. Estruendosos ruidos huecos se escucharon entre las paredes de la biblioteca; afuera las gárgolas habían caído al suelo, destrozándose.
   Abbamalech se sentía eufórico, no se había sentido así en mucho tiempo. Ella, era por mucho, uno de los manjares más grandes del universo. Solo él y Dios sabían la cantidad de veces que la había devorado, una y otra vez a lo largo de las realidades y los mundos, y siempre resultaba lo mismo. Se defendía, se escondía, además de ser un bocado suculento era una fuente de diversión. Sabía que era cuestión de tiempo para que terminara por devorarse a todas las Zelzin, pero no le importaba, mientras hubiera alguna en el universo, la cazaría y la devoraría.
   Eso es lo que era: un cazador. Una fiera que gusta de jugar con sus presas. Era insoportable la sensación de esperar para devorarla; su piel era dulce y exquisita. Algo que ningún otro Dios ha probado, y era solo para él.                


V

   Zelzin continuaba tratando de darle algún sentido a todo aquello. Si no era un sueño, la última opción era que había perdido la razón, estaba loca. A lo lejos escuchaba la suave respiración de su acosador, lenta, tranquila y al mismo tiempo ansiosa por devorarla una vez más.
   No había en donde esconderse, ya que todo había desaparecido. ¿Qué iba a hacer? ¿Correr? La mano que ya no estaba le dijo que se escondiera, pero no podía correr afuera porque allá estaba Abbamalech, dentro no había otra puerta más que donde estaba la oficina. Ese era su fin, estaba segura.
   No hay peor prisión que la que crea la propia mente, sumada con la desesperación de querer huir sin poder lograrlo. Zelzin, por primera vez en su vida, deseó morir.
   Retrocedía, convencida de que llegaba a su fin, su espalda chocó contra la pared, y se dejó caer hasta el suelo. Se cubrió el rostro con sus manos y empezó a sollozar. Que tan pronto había cambiado su vida de un instante a otro, un momento estaba estudiando y al otro escapando de un payaso deforme y de una horda de maniquíes blancos.
   La vida era extraña, el destino carecía de sentido. Deseaba morir ahí mismo. Sí su destino era el ser devorada por un ser extradimencional, entonces que así sea. Debería enfrentar su destino antes que escapar de él.
   Una pequeña mano se posó sobre su hombro, un nuevo sollozo acompañó al suyo en el silencio de la biblioteca. Zelzin levantó la vista y vio frente a ella a una niña pequeña, vestida de manera extraña, su ropa era vieja, de otro tiempo; su vestido era largo y de gala, color caqui, no debía tener más de diez años.
   -¿Eres real? –preguntó la niña entre sollozos.
   Zelzin se sorprendió al ver a alguien más ahí con ella.
   -Sí. Sí lo soy. –y abrazó a la niña, al hacerlo sintió alivio dentro de ella. La esperanza volvió, saldría de ahí. Ese era su nuevo propósito. Ya no se sentía sola.
   -¿Cómo te llamas?
   -Carlota. ¿Y tú?
   -Zelzin.
   -Tú nombre es extraño. –dijo y enjugó sus lágrimas con el dorso de su mano.
   -Sí, me lo dicen muy seguido. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
   -No lo sé. Creo que un día o dos. Aunque a veces siento que ya pasaron semanas.
   -Bueno, eso no importa. Saldremos de aquí, mi niña.
   -¿Conoces la salida?
   -No, pero encontraremos una.
   Volvió a abrazar a Carlota, y ambas dejaron de llorar. Se sentían protegidas una por la otra. Esperaron unos minutos –o quizá horas- hasta sentirse seguras de que Abbamalech se había marchado. Aunque la angustia también crecía en ambas y jamás sintieron desconfianza una de la otra.
   Cabía el miedo en ella, afuera podría estar él esperándolas. No había otra salida más, una única puerta llevaba a fuera y continuaba lloviendo. Entonces una duda llegó a la cabeza de Zelzin.
   -¿Has visto salir el sol?
   La niña dudó antes de contestar, y negó con la cabeza.
   -¿Todo el tiempo es de noche? –susurró para sí Zelzin.
   Cada vez se sentía más confundida, incluso le parecía que ya había estado ahí. La situación a ratos le parecía familiar, como si hubiera corrido de esa bestia con anterioridad. Incluso toda su vida.
   -Creo que ya no está ahí afuera. –dijo Carlota.
   -¿Cómo llegaste aquí?
   -Por un túnel afuera.
   -¿Caíste por un túnel? –preguntó Zelzin.
   -No. Lo seguí.
   Se incorporaron y tomaron de la mano, y salieron del edificio. Frente a ellas estaban los escombros de las gárgolas que cayeron y se despedazaron contra el suelo, más allá solo quedaba el polvo del maniquí que cayera junto con Zelzin. Eso le produjo algo de temor, pero no se lo dijo a la niña.
   -¿En dónde está el túnel?
   -Más adelante.
   Continuaron caminando. La lluvia no les molestaba en nada, rayos comenzaron a iluminar el oscuro cielo, sin embargo, ninguno caía. Llegaron al túnel, la entrada le parecía familiar a Zelzin. Las escaleras descendían, frente a ellas sobre la entrada del túnel había un letrero azul con letras blancas que decían: No pasar. El agua caía como cataratas por los peldaños de la escalera.
   Del otro lado había otras escaleras, pero estás ascendían. Viraron a la derecha y Zelzin comprendió en dónde se encontraban. A su izquierda estaban las taquillas tapiadas con maderos, la pintura de las paredes era vieja y carcomida por el tiempo; otras escaleras ascendían a los torniquetes, y tras ellos bajaron a los andenes del metro. El transporte estaba detenido, vacío, muerto. Zelzin continuaba agarrando de la mano a Carlota.
   -¿Cómo puede ser esto?
   -¿Conoces este lugar?
   Carlota ni siquiera se imaginaba qué era ello, pero Zelzin se refirió a él como Cuatro Caminos. Subieron a un vagón, dentro no había nada, estaba totalmente abandonado y desierto. El típico timbre del cierre de puertas se escuchó por la estación, el pequeño foco sobre las puertas se encendió y estás se cerraron. A pesar de que echaron a correr para salir del vagón, no lo lograron, quedándose atrapadas en el metro. Este arrancó súbitamente.
   Las luces de las lámparas de neón del túnel pasaban fugases antes sus ojos, tuvieron que sujetarse de los barandales para no caer al suelo debido a la velocidad del tren. Llegaron a la primera estación, Zelzin reconoció al instante las figuras, réplicas de esculturas de antiguas civilizaciones. Pero el tren no se detuvo. Llegaron a la siguiente estación, pasándola de largo, así estación en estación. Hasta que el túnel terminó y el tren ascendió a la ciudad que, eventualmente, desapareció en la nada.
   Ambas vieron por las ventanas que las vías iban sobre la nada, lo único que podían ver eran estrellas, lunas, soles y nebulosas. Estaban muy asustadas y confundidas.
   Entonces todo se volvió a oscurecer en un nuevo túnel, las luces de neón seguían siendo iguales a las de antes.
   -Próxima estación: Caín. –dijo la voz femenina del tren.
   Luego salieron del túnel a un paisaje lúgubre, una inmensa torre de granito negro se elevaba y una extraña sensación de peligro y angustia las invadió. Otro túnel, esta vez más corto.
   -Próxima estación: Augustus.
   Cuando salieron vieron gigantes seres demoniacos peleando a la mitad de una ciudad destruyéndola a su paso. El cielo era rojo apocalíptico, pero el mundo no terminaría ahí, no del todo. Otro túnel.
   Quien sabe a dónde las llevaba el tren, parecía un artefacto demoniaco. Salieron, la última estación antes de detenerse.
   De nuevo la voz de mujer, está vez anunciando la llegada a Lázaro.
   El desierto se extendía hasta donde la vista podía alcanzar, la ciudad estaba sepultada en la arena, y en el cielo brillaba una extraña figura, al lado de la luna. Era como algo o alguien observando la desgracia del mundo. Un nuevo túnel, y la parada final.
   -Próxima estación: Copilco. –dijo la voz del metro. 
   Era otra estación, sombría y poco transitada en tú realidad. Alta y con murales poco iluminados. Las puertas se abrieron.
   -Ningún pasajero deberá permanecer en el tren. Gracias.
   Bajaron y las puertas se cerraron detrás de ellas; el tren arrancó de nuevo dejándolas solas. Donde quiera que se supone que estuvieran, Abbamalech las tenía donde quería.

VI

   Salieron de la estación cogidas de la mano, y como ya lo intuía Zelzin, afuera no había nada de lo que en su realidad debería estar.
   Se trataba de un cementerio a la mitad de una colina, las lápidas eran viejas y algunas ya estaban deshaciéndose, incluso las letras dejaron de ser legibles hace mucho tiempo.
Zelzin Gonzales.
1993-2012.
   Decía la primera lápida. Zelzin creyó que se trataba de un truco, evidentemente, ella estaba ahí viva. Se acercaron a otra tumba y leyeron:
Zelzin Gonzales.
1993-2012.
   Pasaron a una tercera, y decía lo mismo.
   -Esto es una completa locura. –le dijo a Carlota.
   Pero a la niña estaba atenta leyendo otra lápida, está era de ella misma:
Carlota Montesco.
1832-1841.
   Soltó la mano de Zelzin y se acercó a leer otra, solo para descubrir que tenía grabado el mismo nombre y la misma fecha.
   -Soy yo. –dijo para sí.
   Se acercó a un mausoleo, el pesado y viejo candado se abrió solo, cayendo al suelo de tierra del campo santo. Carlota cogió la mano de Zelzin; la puerta de la cripta se abrió revelando unas escaleras de piedra que bajaban y se perdían en la oscuridad.
   Tomadas de la mano bajaron las escaleras. Zelzin volvió a sacar su celular y a encender su lámpara; los peldaños descendían en espiral, parecía que bajaban por una antigua torre de un castillo. Abajo todo estaba cubierto de arena, con extraños ídolos de piedra adornando las paredes, pilares con relieves de serpientes mordiéndose las colas las unas a las otras.
   -Deberíamos salir de aquí. –dijo Zelzin.
   Pero Carlota no la escuchó, como hipnotizada se adentró más en el mausoleo. Las figuras de los ídolos las miraban al pasar, Zelzin no pudo evitar pensar en alebrijes o algo parecido. Recorrieron el mausoleo de techos altos y cilíndricos.
   Carlota señaló algo en la oscuridad, volteó a ver a Zelzin y dijo:
   -Vi algo ahí que se movió. ¿Lo viste?
   Zelzin, preocupada, prestó atención a las tinieblas que las rodeaban. Forzó su vista, y vio algo deforme moverse. Apretó con fuerza la mano de la niña y corrieron de vuelta sobre sus pasos.
   El demoniaco ser salió disparado en pos de las niñas. Era rápido, y sus pisadas sobre la arena asustaban a las niñas. Zelzin logró divisar a lo lejos las escaleras, pero sintió un tirón en el brazo: el monstruo había alcanzado a Carlota.
   Era enorme, una sola alma, pero demasiados cuerpos unidos en él. Su cabeza era una amalgama de cuerpos de niños que se retorcían, intentando alcanzar a la niña. Su cuerpo era una aglomeración entre cuerpos de niños y adultos. Sus piernas eran extensiones de piernas humanas unidas unas con otras para ser más largas. Muchas de estas eran de metal, su cuerpo largo como una serpiente. Su apetito feroz.
   Los pequeños brazos de los niños de la cabeza del monstruo alcanzaron a Carlota, la atraían con fuerza, mientras Zelzin intentaba retenerla en el suelo. Carlota lloraba y le pedía una y otra vez a Zelzin que no la soltara. Pero el cuerpo amorfo del ser era fuerte y la jalaba con fuerza. El sudor de las manos de Zelzin no ayudaban en absoluto; la pequeña mano de Carlota se le resbalaba de entre sus manos, hasta que el monstruo se la arrancó.
   Zelzin vio con horror como los cuerpos de los niños se abrían como una monstruosa boca para recibir a Carlota con ellos, se quedó paralizada, de entre los niños que ya estaban emergió el rostro corrompido y pálido de Carlota, sus brazos se movían con espasmos.
  Y ahora iba por Zelzin.
  Zelzin corrió entre la oscuridad en dirección hacia las escaleras, sintiendo a sus espaldas al monstruo. Había una puerta remplazando las escaleras por donde había llegado. Era de madera, de doble hoja. Atravesó, la cerró detrás de sí, y escuchó como el monstruo se estrellaba contra la madera, sin poder abrir la puerta.      


VII

   Probablemente su deseo de morir se cumpliría, pero después. Las palmatorias se encendieron, iluminando la nueva oficina donde estaba la mano que se encontró en la biblioteca.
   Se sintió mal y lloró con toda su fuerza, dejando fluir el llanto y sus emociones. Estaba harta de todo, asustada, deprimida; toda esa ola de emociones no hacía más que aumentaran sus ganas de morir.
   La mano comenzó a escribir con su inmensa pluma negra, solo que está vez las letras no se desvanecerían hasta que Zelzin las leyera.
   ¨Busca la puerta del abismo¨  
   Cuando Zelzin las leyó se dejó caer al suelo. No entendía nada y no quería entenderlo. Los libros cayeron al suelo, sentían la presencia de Abbamalech cerca. La mano comenzó a desintegrarse como hojas de árbol en otoño, el pergamino, el escritorio. Sin embargo, la mano comenzó a escribir de nuevo, pero las letras eran difusas y difíciles de leer. Zelzin entró en pánico, escribía con tanta desesperación que debería ser algo importante.
   Todo se desintegró. Y Zelzin se quedó parada en un páramo hermoso y boscoso. La luna brillaba con normalidad, el cielo tenía las estrellas que todos conocemos, se encontraba de nuevo en su realidad, pero no en su tiempo.


VIII

   Su nombre era Martin Bonilla y quería matar a su ama. Ella era una joven adinerada que solía pasar largas vacaciones en una enorme cabaña a la mitad de un viejo bosque. Martín comenzó a percatarse de la actitud extraña de la joven: salía a altas horas de la noche, vestida solo con su pijama y una vela encendida.
   Martin comenzó a seguirla durante sus noches de tertulia por el bosque, entonces descubrió que la joven ama era partícipe en horribles y blasfemos aquelarres. Una noche de luna llena le tocó presenciar uno especialmente grotesco, en el que la joven ama mantenía relaciones con un ser cornudo, antropomorfo y grotesco y una bruja vieja, bebía sangre de ambos y demás fluidos. Martin se persignó, acto que hizo que su presencia fuera notada por el resto de brujos del aquelarre; le persiguieron el resto de la noche, sin hallarlo. Escapó de la casa lo más pronto posible, pero a la mitad de su huida descubrió que había olvidado un importante camafeo con la foto de su difunta esposa y regresó a la cabaña durante la noche, seguro de que la ama no estaba. 
   Se encontró con otros mozos, que le dijeron con cierto jubilo, que la señorita estaba embarazada.
   No podía ni imaginarse la grotesca criatura que se engendraba en el vientre de la señorita. Así, totalmente decidido en terminar con esa blasfemia, buscó entre los instrumentos del jardinero, y encontró una pequeña hoz, le serviría para terminar con la vida de la señorita.
   La joven volvió antes de despuntar el alba, pero Martin ya estaba preparado; esperó a que la joven se recostara en su aposento, y salió de su escondite sin hacer el menor ruido, cogió impulso con la hoz para clavarla de lleno en el vientre de la joven, cuando la ventana de la habitación se abrió de par en par. Era el fauno con el que había fornicado un par de noches antes.
   Volteó a ver a la joven para matarla, aunque asustado por la presencia del demonio, pues terminaría con la aberrante criatura en el vientre de su madre, cuando percibió el vientre de esta última más abultado, estaba en proceso de parto.
   No hubo necesidad de mancharse las manos, el pequeño monstruo salió sin complicaciones, lleno de sangre y llevándose con él la vida de su madre. El pequeño monstruo era como una sombra antropomorfa, con un solo ojo en su cabeza, que al verlo Martin cayó en la más profunda y tristes de las locuras. Más tarde ese día se le acusaría de haber matado a la señorita.
   Mientras el fauno dejaba libre en la noche aquel ser aberrante, lleno de maldad y odio.

IX

   Eso es lo que Zelzin vio en el bosque. Cuando vio como el extraño ser fauno soltaba a Abbamalech y esté se iba a las estrellas, la realidad volvió a cambiar, la luna volvió a ser la luna corrompida de antes, y el fauno y la casa ya no estaban.
   Ya nada estaba ni había. La luna y las estrellas desaparecieron al poco tiempo, se encontraba en un abismo total.
La nada. 



X

   Estaba segura de que se encontraba cerca de la puerta, a pocos pasos de salir de ahí. Recordó las palabras que la mano había escrito en la biblioteca, lo de la puerta en las profundidades del abismo. Pues consideraba ese lugar un abismo.
   Comenzó a caminar, no sabía si se encontraría con un precipicio o una pared, no veía absolutamente nada, salvo oscuridad.
   -Me abandonaste. –dijo la voz de Carlota con un susurro. Zelzin iba a disculparse, pero otra voz la interrumpió:
   -¿En dónde estás?
   Era la voz de su madre sollozando. Podía dudar, Carlota había estado ahí con ella en esa pesadilla, pero podía ser que aquella voz no fuera la de su madre.
   -Ven.
   Dijo otra voz, esta vez desconocida. Una pequeña luz roja se elevó a la lejanía, marcando el horizonte y, sobre esté, una pequeña y oscura figura rectangular, una puerta.
   Corrió hacia ella, cuando escuchó por vez primera la voz de Abbamalech. No pronunció palabra alguna, pues sabe hablar, pero no le interesa para nada comunicarse con nadie. Cada idioma que se haya inventado o se invente, él lo conoce. Estaba a sus espaldas, confundido en la nada, su ojo parecía flotar en el aire, persiguiendo a Zelzin. Solo reía. La pequeña luz roja cayó, y otra se elevó en su lugar, para caer después. La risa de Abbamalech era ensordecedora. Casi destruye sus oídos la primera vez que dejó salir su macabra carcajada. Se escuchaba en todas partes, pero Zelzin continuaba corriendo. Sus pasos sonaban igual que las de un niño cuando corre descalzo. Una nueva esperanza creció en ella cuando comenzó a escuchar también el sonido de pájaros cantando, iguales a los que se posan en su ventana al amanecer.
   Saldría de ahí con vida, ella cambiaria todo. Escaparía del asesino de otras Zelzin de otros mundos. Veía la puerta más cerca, más cerca. Era grande y de color rojo, como las pequeñas luces que ascendían desde ningún lugar. En la parte superior tenía escrito el nombre de Zelzin. Esa es la salida. Pero no la alcanzó.

XI

   Las zarpas de Abbamalech cogieron a Zelzin por sus brazos, levantándola del suelo. La chica estaba impactada, estaba a pocos centímetros de llegar a la puerta, y ahora estaba en las manos del monstruo.
   Lo miró, él la miraba también, con lasciva, lujuria, gula y placer. Por fin tendría un banquete digno. Debajo de su ojo se abrió su enorme boca, daba la impresión de estar viendo las patas retorciéndose de cangrejos, listos para destrozar la carne de la joven.
   Gritó. Pero en el vacío no había nadie que la escuchara ni le ayudara.
   Cerró la boca arrancándole la pierna izquierda, la masticó con paciencia y la tragó. El dolor era insoportable. La sangre brotaba a borbotones, le caía en su ojo a Abbamalech, pero esté no se inmutaba.
   Siguió con la otra pierna, intentaba zafarse, retorciéndose e intentando escapar, sin resultado.
   Le arrancó la otra pierna.
   La dejó caer al suelo, ya no podría huir de él. Sin embargo, se arrastró mientras masticaba tranquilamente su otra pierna; con sus codos se apoyaba y se arrastraba, llorando.
   La levantó de nuevo del brazo izquierdo, está vez le arrancó con sus extraños dientes las entrañas. Así, poco a poco la fue devorando. Y Zelzin murió.
XII

   -Tuve un sueño extraño.
   Tomó un plato y la caja de cereal.
   -¿De qué? –preguntó su madre.
   Sacó la leche del frigorífico y se sirvió su cereal.
   -Me parece que he perdido la cordura. O tal vez es solo el cansancio.
   -Te hace falta dormir más. Me has estado ayudando mucho estos días.
   -Pero porque quiero hacerlo, madre.
   -Aun así.
   -Creo que ya no quiero dormir nunca más. No después de este sueño.
   El sol salió de entre las nubes plomizas iluminando la cocina. El día era fresco, toda la noche había estado lloviendo, y solo unos minutos antes se había calmado.
   -Va a salir el sol. –dijo su madre mirando por la ventana al cielo.
   Un silencio incomodo nació después de ese comentario.
   -Y bien, ¿qué soñaste?
   Dudaba en decírselo, o con qué palabras las diría. Eligió casi correctamente, y dijo:
   -Soñé que un monstruo se comía a Zelzin.
   Su madre lo volteó a ver.
   -Tu hermana lleva un año desaparecida. Tu imaginación solo intenta darle una explicación a lo que pasa. ¿No crees?

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