lunes, 10 de diciembre de 2018

Los que observan

Las cápsulas formaban una media luna en la habitación; eran cuatro y, cuando se abrieron, dejaron escapar vapor azul que llenó la nave con su olor amargo. Tuomas fue el primer en despertar. Le pareció que todo era diferente, el aroma en el aire se le antojaba extraño y le llegaba a sentir cierta melancolía; el hecho de recordar le producía una sensación casi nueva, observó que la pintura de las paredes estaba opaca y  lucía vieja.
El resto de cápsulas se abrieron, se puso de pie, pero sus piernas entumecidas y rígidas no soportaron su propio peso y cayó hincado sobre ambas rodillas. Floor se incorporó de su cápsula, miro en todas direcciones, confundida, como si no recordara en dónde estaba, sintiendose extraña al igual que Tuomas. Se llevó ambas manos a la cabeza, le punzaba. Era como volver a nacer, volver a sentir dolor, cansancio, dolor, volver a respirar. El retorno de un limbo de ensueño donde nada de eso existía. La cápsula de Arjen fue la siguiente en abrirse, y por último despertó Anneke.
-¿Dónde estamos? -preguntó Floor en un susurro que logró arrancar de su garganta.
-No lo sé. -Tuomas apenas y mantenía el equilibrio. Tambaleándose se dirigió a la cabina, las luces se encendieron nada más entrar. Arjen ayudaba a Anneke a salir de su cápsula cuando Tuomas les llamó a la cabina. Frente a ellos tenían su destino; las estrellas les daban la bienvenida, los anillos del planeta parecían con la intención de acariciar a sus visitantes.
 -¿Cuánto tiempo hemos dormido?
-Años.
-Soy el Capitán Tuomas de la Merlín II, enviando nuestra ubicación y confirmando nuestra llegada desde Pangea. Favor de notificar la llegada correcta de este mensaje.
Se separó del micrófono y se sentó en su sillón. La sensación era extraña y las preguntas abundantes. El ambiente entre la tripulación de la Merlín comenzó a tensarse progresivamente al acercarse al planeta que tenían enfrente. Algo en lo que todos estuvieron de acuerdo fue en que tenían hambre. Así todos se dirigieron al comedor donde devoraron las reservas que, ni aun despertando de un sueño criogénico, mejoraría su sabor.
 -Siento como si me hubieran golpeado. -comentó Anneke entre bocado y bocado.
-Se siente extraño despertar, pero es peor no poder despertar. -la aseguración de Arjen se quedó en el aire, al principio nadie la entendió, pero tenía razón. Era totalmente cierto, tanto tiempo durmiendo, preservando el cuerpo, que los sueños se volvieron una nueva realidad para ellos, e irónicamente como sucede en los sueños, no recordaban gran cosa de su dormitar.
-Yo soñé que Pangea era destruida. -Floor dejó de comer. No habían reparado en la magnitud de lo que estaban haciendo y lo que hicieron. ¿Cuánto tiempo había pasado en realidad? ¿Qué sería de su familia, de sus amigos? Cuando el proyecto cobró vida se buscó a personas que no tuvieran hijos ni cónyuge, se advirtió de algo peligroso y sumamente tardado. No importaba, su único deber era encontrar, explorar, y sembrar unas cuantas plantas en el planeta que parecía apto para la vida humana. Si todo salía bien, mandarían un mensaje a Pangea y el resto de seres humanos llegarían a poblar su nuevo hogar.
Preservar la especie. El único deber de la vida.
-Yo soñé a una niña llorando. En realidad ni siquiera la conozco.
-¿Y? -preguntó Anneke.
-Sólo lo menciono, no recuerdo nada más
.-Años soñando y no recordamos gran cosa.
 -¿Qué soñaste tú, Arjen?
-Yo... Un castillo.
Entraron, progresivamente, en la atmósfera del planeta. Tomaron sus asientos y abrocharon sus cinturones; después de un largo viaje en picada, Tuomas logró estabilizar la nave, la llevó sobre la superficie donde, por fin, aterrizó. Antes de poder salir de la nave Arjen tomó muestras del aire comprobando que este fuera apto para ellos. El análisis tardó un día y una noche según lo que tardaba ese planeta en dar una vuelta sobre su eje. Ese tiempo lo invirtieron en caminar de un extremo al otro de la nave con el fin de reactivar la circulación en su cuerpo; corrieron, brincaron, improvisaron varios ejercicios los cuales les costaba trabajo realizar, y una labor titánica completarlos.
Era increíble como de pasar de hacer ejercicio llenaron la nave con un aura de nostalgia. Pangea era su hogar, y temían no volver. Tal vez los recordarían como héroes, las personas que hallaron un planeta adecuado, su nuevo hogar. La gloria, el recuerdo, no era suficiente. De haber conocido mejor el pasado, no añorarían tanto a Pangea.
 No era totalmente respirable el aire del planeta, por lo que tuvieron que vestirse con sus pesados y nada cómodos trajes de exploración. Eran enormes, con una cápsula que les cubría la cabeza y un par de tanques en la espalda con oxígeno. Floor fue la encargada de llevar las semillas conservadas en una pequeña esfera que cabía en la palma de su mano. Al bajar de la nave se encontraron con una superficie rocosa y desierta, con fuertes ventiscas y sin rastro de tierra fértil ni agua. Arjen y Floor exploraron las tierras aledañas, mapeando, mientras que Anneke y Tuomas mandaban mensajes a Pangea que jamás respondieron. Arjen subió un montículo de gruesas rocas y observó el cielo, los anillos de meteoros fuera de la atmósfera era impresionante. Divisó una entrada a las profundidades de la tierra, la señaló y Floor la buscó con la mirada.
 -Hasta donde recuerdo, la simulación dijo que había agua en las cavernas. ¿No?
-Eso espero. -dijo Arjen. Notificaron a Tuomas sobre la cueva y que se acercaban a explorar. Enviaron otro mensaje con el avance de la misión, y al igual que el resto, no hubo respuesta. Tuomas comenzó a desesperarse. Anneke por su lado no sé preocupaba, no demasiado, y la verdad es que en realidad no pensaba en la misión. Casi estaba segura de que no volvería a Pangea, y es que ese silencio no era buena señal; de pronto recordó que soñó la desaparición de Pangea y un vacío donde estaba originalmente, gritos y lamentos. Se estremeció, unos ojos negros la miraban, casi como si ella no estuviera ahí, o sí, y vieran sus pensamientos, a través de su cuerpo, a su alma. Dejó su lugar al lado de Tuomas y regresó a las cápsulas criogénicas, asustada. No sabía qué buscaba o qué esperaba de ese lugar, quizá sólo el vínculo entre ese sitio y sus sueños.
 Floor entró en las fauces de la caverna, dibujó una sonrisa en su rostro cuando, una vez adentro, en el silencio que sólo era cortado por sus pisadas, escuchó el gotear de agua sobre la tierra. Un sonido suave, constante y tranquilizador.
 -Tuomas, encontramos agua.
Notificaron a la nave. Él les pidió que exploraran y cartografiaran la cueva. Encendieron las luces añadidas a sus trajes, Arjen encendió su consola y activo la señal de largo alcance, enviando su ubicación a la Merlín II
.-Creo que oí algo. -dijo.
-¿Algo? -preguntó Tuomas desde la nave.
-No estoy seguro.
-Yo también lo oí. -terció Floor.
Ellos los observaban desde el cobijo de la oscuridad, eran silenciosos, respiraban con lentitud y estudiaban los movimientos de los intrusos que se adentraban más y más en su guarida.
Esperaban encontrar tierra y una fuente de agua para plantar las semillas. Floor se detuvo, de pronto la oscuridad le inquietaba. ¿Cuánto se habían adentrado? Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, era el peso de las semillas o un mal presentimiento; sobre sus hombros cargaban un gran peso.
 Sintió una extraña nostalgia, por sus amigos, la familia que tal vez pudo tener, la vida que pudo construir. Sus pensamientos terminaron ahí, no alcanzó a comprender lo que sucedió cuando de la oscuridad emergieron aquellas bestias todo garras y dientes y furia. Cayó de espaldas sobre el filo de unas rocas, su espalda crujió, las semillas escaparon de sus manos, la cápsula que cubría su cabeza se estrelló y de un segundo a otro sintió el peso de una de esas bestias amorfas sobre ella. Fue más piadosa la zarpa que le quitó la vida, a la posible asfixia. Floor murió confundida, sin entender que acababa de pasar. Arjen corrió a la salida, habló a Tuomas pero antes de poder decir cualquier cosa, los monstruos lo alcanzaron y dieron fin a la persecución
.-¿Floor? ¿Arjen?
Silencio.
-¿Floor?
Nada.
Decidió no dejarse dominar por el pánico, tampoco había tenido respuesta de Pangea, tal vez sus aparatos de comunicación se habían dañado en algún punto del viaje.
-¡Tuomas!
-¿Arjen?
 Ya no volvería a hablar más. Anneke había vuelto a la cabina, preguntó qué pasaba, pero el Capitán no respondió. Una oleada de terror recorrió su espina dorsal. Nadie respondía.
Anneke volvió a preguntar qué sucedía.
 -Tengo que ir con ellos.
 -Te acompañaré.
-¡No! -Se paró frente a ella. -Tienes que quedarte por si algo malo me pasa.
-No me importa. Iré contigo.
-Es más importante miles de vidas que dependen de nuestra labor que nosotros, así que ¡siéntate y obedéceme!
Obedeció muy a regañadientes, lágrimas rodaban por sus mejillas. Temía lo peor. -Dejaré pasar unos minutos, -comenzó a tranquilizarla -me pondré el traje, iré a la última ubicación de Arjen y exploraré. Vete haciendo a la idea, Anneke, que puede pasar cualquier cosa y que la prioridad son las semillas.
 -Lo sé, capitán. -Salió de la cabina a vestirse con el traje.-¿Yo me quedaré en la nave?
-Sí, te necesito aquí. Si algo malo me pasa enciende la nave, regresa a Pangea, y cuenta lo que pasó. Que traigan más semillas.
-No vayas, no me dejes. -le suplicó.
-No tengo opción.
Bajó de la nave, caminó en dirección a las coordenadas que le envió Arjen y se adentró en la cueva donde lo empezaron a observar. La oscuridad era inquietante, densa y silenciosa.
Anneke saltó en su asiento cuando escuchó sobresaltada la voz de su capitán.
-Sí, capitán.
-¡Enciende la nave y vete! No vengas por mí.
-¡No, capitán! ¡Iré por usted!
-¡Obedéceme!
Ella lloraba, la voz de Tuomas se cortó, escuchaba interferencias. Cuando por fin la señal volvió todo era un grito de auténtico horror. Encendió la nave, los motores llenaron la máquina con su parsimonioso sonido, eso llamó la atención de los monstruos y lentamente salieron de su guarida. Eran cientos, luego miles los que rodearon la nave. La tristeza de Anneke por sus amigos dio paso al terror, jaló las palancas con la vista nublada por las lágrimas, la nave comenzó a elevarse y los monstruos seguían emergiendo de la tierra. Se encimaban los unos en los otros en pos de la nave, a escasos metros del suelo. Esta no poseía armas, pronto escuchó que ellos caminaban sobre la nave. Anneke ahogó un grito de miedo. Una turbina succionó a uno de los monstruos, lo que la hizo estallar y desestabilizar la nave. Anneke perdió el control de la nave que comenzó a dar vueltas, todo se volvió confuso hasta que la nave cayó al suelo. Aturdida, escuchó como los monstruos se abrían paso dentro de la nave. Estaba segura de que moriría, casi lo deseaba. Ellos seguían encima de la nave. El sol sobre ellos cegaba a Anneke, notó, gracias al golpe al estrellarse la nave, que algo cosquilleaba en su sien, una gota de sangre nació en su rostro. Lo único que veía era el sol, que brillaba con mayor intensidad a cada segundo, los monstruos se volvieron figuras negras y sin sentido que se movían de un lado a otro. El sol lo era todo. Luego la oscuridad. Y luego sus sueños volvieron.

Tenía una brillante luz blanca frente a sus ojos, estaba sobre una cama, en una habitación que no pertenecía a su nave. Las puertas se abrieron. Ya no sentía dolor, ni preocupación. A pesar de conocer el triste final de su tripulación. Ellos entraron. Su piel tenía un color y textura extraños, sus ojos completamente negros y numerosos eran idénticos a unos que vio en sueños. No sintió miedo, todo lo contrario, lo que siente una niña al regresar al lado de sus padres. Le hablaron, pero su voz sonó dentro de ella.
-Anneke. Te hemos observado en tu viaje por el cosmos. Ya estás a salvo. Fuiste seleccionada para la preservación de tú especie. Permítenos ayudarte. ¡Ven! ¡Vamos al hogar que te espera!

Y la nave se perdió en el silencio del espacio.